A RODAR

En la mañana, pronto en medio de un camino
así, andando sin ningún destino
el zorro Boris en su paseo matinal,
se encontró con un objeto inusual.
Era una rueda y parecía haber se desprendido
de alguna bicicleta, que sin rastro había desaparecido.
¿Qué hacía en medio de aquel camino forestal
una rueda, sin pedales ni tampoco manillar?
Miró por todos lados Boris extrañado.
No vio a nadie al quien se le habría olvidado.
La rueda parecía nueva y estaba bien inflada.
Sería una pena dejarla allí abandonada.
Se la llevó a casa y se puso a pensar.
Si solo tuviese unos pedales y un bonito manillar...
Ay, qué bien se hubiese divertido
bajando la colina veloz y atrevido.

En estas se hallaba cuando de repente
apareció en el umbral una silueta sorprendente.
Su amigo el lobo Amador, se acercó a hurtadillas.
Con su voz potente saludó "¡Muy buenos días!".
"¡Vaya susto! ¿Tú es que no saber llamar?
Cualquier día tus visitas conmigo van a acabar."
El lobo con su peculiar aspecto.
Se vestía a la moda y con modales de lo más correctos.
Esta vez con boina gris y bigote repeinado.
Estiró el cuello, señal de que estaba intrigado.
"¿Qué es esto?" Preguntó con sutileza.
El zorro resopló y agitó cabeza.
"Una rueda encontré en el camino
en el bosque en mi paseo matutino.
Pensé que sería divertido construir
una bicicleta y así podernos divertir."

"¡Oh!" Exclamó el lobo "Parece interesante."
"¿Sabes?, yo siempre para menesteres semejantes
le pido ayuda al conejo Quique, que es muy manitas
y arregla maquinas complejas y todo tipo de cositas."
El zorro retorció hocico pensativo.
Estaba claro que solo no podía conseguirlo.
Tal vez, debería de buscar al conejo tan habilidoso.
Era el único en el busque que era tan mañoso.
"Amador, ¿serías tan amable, de acompañarme?
Para indicarme el camino y a Quique presentarme."
"¡Por supuesto! ¡Vamos ya! que de aquí a nada,
encontraremos la puerta del taller cerrada.
En una hora será la hora de comer.
Si llegamos tarde, tendremos que volver."
Boris salió a fuera muy apresurado.
Con la rueda en la mano estaba más que animado.
Así, los dos amigos se encaminaron al taller.
Con suerte, tendrían una bici al atardecer.
Pero, no habían dado ni diez pasitos
cuando escucharon unos alarmantes gritos.

"¡Ay, ayuda, por favor!" se oía desde el arbusto.
"¿A quién se le ocurre tirar esto, aquí justo?"
Se acercaron rápido al matorral preocupados.
Para socorrer al animal estaban más que preparados.
"¿Qué pasa?" Preguntó Boris enseguida.
"Ay, ¡Ayuda, por favor! Soy la serpiente Frida.
Tan tranquila que estaba yo aquí relajadita
tomando el sol de la mañana y casi dormidita,
hasta que algún gamberro inconsciente
me tiró encima un objeto contundente.
¡Por poco muero aplastada!"
Concluyo la serpiente indignada.
Sin pensarlo mucho, los dos amigos rapidito,
liberaron del agobiante peso el animalito.
El objeto que el revuelo había provocado
era un tirachinas, de lo más sofisticados.

Con la horquilla de metal y alargada,
pero con goma rota y badana desgastada.
"¡Vaya!" exclamó el lobo decepcionado.
"Este artilugio es viejo y además estropeado.
Comprensible que de él se han deshecho.
No vale para nada de provecho."
"¡Claro! Ya que no les sirve para más,
que lo arrojen por allí sobre los demás."
Replicó la serpiente más que enfadada.
Sufrió bastante por la cándida trastada.
"¡Ah! Perdón. No quería ser impertinente.
Del daño que te hizo estoy muy consciente.
Pero, siempre quise tener uno igual,
cuando todavía era un chaval."
"Pues, ¡Toma! Llévatelo, si lo quieres tanto."
Dijo Frida que con solo verlo, le entraba llanto.
"¡Bah! Esta roto. No se puede utilizar."
Respondió Amador y se preparó para marchar.
Boris se detuvo y cambió semblante.

Ya, que iban al taller por algo semejante,
podrían llevarle el tirachinas al conejo...
En fin, arreglarlo no sería muy complejo.
Y así, los dos amigos la marcha retomaron.
Con dos encargos entre manos, los pasos apuraron.
"¿A dónde vais los dos con tanta prisa?"
Les paro con su voz alegre la ardilla Marisa.
"Vamos al taller de Quique antes de comer.
Y tú ¿Cómo vas con la patita? ¿Te ha dejado de doler?"
Boris se interesó por su vecina pelirroja,
hace unos días se hizo daño y andaba algo coja.
"Pues sí. He dejado la muleta a un lado.
Gracias al Doctor Fran, ya se ha curado.
Además, con todas las tareas que tengo por hacer,
no doblo piernas desde el alba hasta el atardecer.
¡Ay! Ahora que lo dices..." Se paró de estupor.
"Tenía que haber devuelto la muleta al Doctor.
Se me había olvidado inconscientemente.
y podría necesitarla para otro paciente.
¿Seríais tan amables de hacerme el favor
y pasaros por el hospital para llevarla al Doctor?"
Boris no quería negarle el favor a su vecina,
miró al cielo y el sol subía casi a mitad de la colina.
"¡Bueno, vale! Pero marchémonos de inmediato.
Aún nos queda caminar un buen rato."
Y así, en manos con la rueda, el tirachinas y la muleta
retomaron caminata para conseguir la bicicleta.
Tras andar por unos senderos escondidos
que conocía Amador entre matorrales y espinos,
por fin llegaron al taller como es debido.
Por suerte el conejo todavía no se había ido.

Quique, con un lápiz detrás de la oreja,
con mono gris y sentado sobre una teja,
tenía entre manos un carrito destartalado,
y de los visitantes, ni siquiera se había percatado.
"¡Buenos días, Quique!" Saludaron entusiasmados.
Amador con un gesto teatral presento al de su lado.
"Este es mi amigo Boris y le he hablado.
de tus habilidades y que eres más que apañado.
Necesita de tus servicios urgentemente
para un asunto complicado y además de diligente."

El conejo, no era de costumbres corrientes
rápido de acercó para examinar a los presentes.
Los miró de arriba abajo y ya entonces saludó.
"Serán buenos, si tú lo dices Amador.
Bueno Boris, dime ¿a qué se debe tu visita?
Espero poder ayudarte en esta cuita."
Boris se quedó un poco abrumado.
El mecánico estaba un pelín chalado.
"Yo, - empezó titubeando- No quería molestar.
Pero, es que tenía muchas ganas de venir y preguntar.
Verás, esta mañana por casualidad me encontré
una rueda en el camino y ni un momento lo dudé.
Reunir las piezas necesarias para inventar
una bicicleta nueva o algo similar."
Quique entrecerró los ojos y arrugó hocico.
Se rascó las orejotas largas hasta el mismo pico.
Se frotó de la nariz hasta que se puso roja.
parecía que le iba a dar una congoja.
Estornudó ruidoso e inmóvil se quedó.
De repente dio un brinco y en seco se paró.
Observó a su alrededor y sonrió sagaz.
"Pues sí, para servirte yo seré capaz.
Veo, que además de la rueda has traído otras cosas.
Aunque no lo creas, pueden ser nos la mar de provechosas.
El carrito que estuve intentando arreglar
esta torcido y ésto no se puede solucionar.
Pero, puedo aprovechar la rueda que le queda
para emplearla en tu bicicleta nueva.
El tirachinas usaremos para manillar.
Doblaré los dos extremos para que lo puedas agarrar.
En modo de asiento puedo emplear
la cesta del carrito, que allí te podrás sentar.
La rueda pequeñita la pondré detrás y listo.
Te la montaré en un visto y no visto.
Solo queda una cosa insignificante.
Los pedales faltan, pero no es algo agravante.
Puedes empujarla con los pies y además verás,
que así, en las bajadas las piernas descansarás."

"¡Ay, Quique!-exclamó emocionado Boris al instante
Gracias a ti, ahora tengo una bicicleta alucinante."
"¡Bah! No es para tanto. Me alegra haber podido ayudar.
Ahora, perdonadme, pero me tengo que marchar.
Se me hace tarde y necesito prepararme
para un compromiso y no me gustaría demorarme."
Así se despidieron todos muy contentos.
El ciclista nuevo quería probar cuanto antes el invento.
"Amador, has sido muy amable en acompañarme.
Sin tu ayuda no hubiese podido apañarme.
Ya sé que la bici no es demasiado grande,
pero cabríamos los dos en el cesto de alambre.
Esta aventura la empezamos juntos y por esto
me gustaría agradecer tu generoso gesto,
quiero la primera vuelta compartir contigo
siempre me demuestras que eres el mejor amigo."
Amador, exclamó emocionado:
"Amigo, me alegra haberte ayudado.
Acepto el ofrecimiento y no se diga más.
Hay que comprobar si el invento es del todo eficaz."
Se montaron los dos en un instante.
Amador detrás y Boris al volante.
Para iniciar la marcha les bastó un empujón,
Ya no había nada que detuviese la diversión.

Así, felices y con sonrisa de oreja a oreja
disfrutaron un buen rato sin ninguna queja.
Pero como de la nada en el camino inclinado
apareció una piedra grande con borde afilado.
Rebotó la rueda y sin que lo pudieran evitar
se rompió la cuerda que la sujetaba con el manillar.
Con las caras de horror, en el cesto encajados,
se les fue la bicicleta por el precipicio cercano.
Boris arrojó el manillar que de nada le servía,
se tapó los ojos, pues pensó que se moría.
Amador se abrazó a él, como si esto le fuera a salvar,
viendo como las ruedas no paraban de rodar.
Volaron cuesta bajo a la velocidad del viento,
Pensando que morían en cualquier momento.
De repente, un tronco seco este ímpetu frenó.
y un tremendo golpe el bosque enmudeció.
Rodando, ya los dos con la cabeza entre patas,
como pelotas acabaron lanzados en las matas.

Nuestros dos amigos por fin, consiguieron parar
bastante asustados, por suerte sin heridas que curar.
Se miraron uno al otro las caras, un pelín rasgadas.
Se quedaron quietos un instante... y echaron a reír a carcajadas.
El bigote del lobo, antes repeinado con gomina
ahora era un manojo andrajoso lleno de espinas.
La cola del zorro que antes era un adorno glamuroso
parecía más una escoba vieja para barrer rastrojos.
No diréis, que no fue cómica la situación,
de menuda se libraron los aventureros en cuestión.
Puede, que con el aspecto algo ridiculizado,
pero afortunadamente vivos y sin daño lamentado.

Ya cunado se les paso el ataque de la risa
dijo Amador sacudiéndose el polvo de la camisa:
"Amigo, está claro que ha sido un día inolvidable
y mi aspecto actual, de lo más desfavorable,
pero tanta aventura me ha abierto el apetito
y la hora del almuerzo se pasó hace ya ratito.
¿Qué te parece si te invito a mi casa a cenar?
Con gusto el fin de la historia podemos celebrar."
Así, sin objeciones al respecto y para terminar
se marcharon los dos con ganas de cenar.
Mientras tanto, en un lugar que no quiero mencionar
un castor alegre se tumbó a descansar.
Había terminado con éxito la presa que hacía.
Justo a tiempo cuando el sol ya se ponía.
De repente, rodando lentamente por el campo de espigas
apareció una rueda negra y fue a parar en su barriga.

"¿De quién es esta rueda?" gritó alto el castor.
Pero no hubo respuesta de nadie de alrededor.
Sin duda la rueda se podía aprovechar,
pero ahora no, ya mañana se pondría a pensar.
Se tumbó de nuevo y soltó un resoplón.
"No sé. Tal vez podría ser un buen timón..."
FIN